De combis, pesadillas y ángeles...

Me levanto con la pereza habitual de los lunes, con la diferencia de no haber dormido gracias (otra vez) a unas malditas pesadillas plagadas de absurdos fantasmas y creíbles demonios. Abro los ojos buscando el sol tras las cortinas de mi cuarto, y leo la frase que yo mismo escribí en la pared de mi cuarto durante esos intratables momentos de frustración que todos tenemos de vez en cuando: "Si la vida es un ratico, estoy pasando un muy mal rato", maldigo a Juanes por su sencillez para ver la vida y me levanto de golpe para ir al trabajo.


Repito la ceremonia del aseo de manera casi robótica: Buscar la toalla, abrir la ducha, tiritar de frío, ducharme, afeitarme, volver a mojarme el rostro, saludar al perro que me espera a la salida del baño, vestirme y leer un momento el periódico del día. Política, contaminación y muerte, es una cuestión casi masoquista leer el diario, al fin y al cabo el mundo sigue igual de podrido.


En alguna de las actividades se me fue el tiempo, nuevamente salgo corriendo al paradero, rompiendo la eterna promesa de tomar el desayuno en casa. Es tarde ya, tomo una combi, y me encuentro con la expresión (y la actitud) sicótica del cobrador, la mentalidad suicida del conductor y los rostros furibundos de los otros pasajeros, molestos ellos porque al subir les hice perder valiosos segundos en su camino al trabajo.


Finalmente llego al trabajo, después de toda una travesía plagada de pisotones, mentadas de madre, avenidas que aún no memorizo y rostros que prefiero olvidar. Marco de mala gana la tarjeta que me dieron a principios de año, viendo en el reloj los 5 u 8 minutos que me irritan la paciencia. Mi mal humor amenaza con acompañarme todo el día, cuando de pronto una niña muy especial se acerca corriendo hacia mi, sin temor a caerse, y me estampa un muy humedo beso en la mejilla mientras la cargo. Se llama Kolín, tiene 5 años, y padece de parálisis cerebral, motivo por el cual no puede controlar correctamente sus movimientos. Y sin embargo, cada vez que llego se las arregla para correr sin caerse, y llegar hasta mis brazos.


Cuando finalmente la regreso a brazos de su madre, me maldigo a mi mismo por ponerme de tan mal humor ¡como si la vida solo fueran combis, mentadas de madre y pesadillas! Es en ese momento que envidio a los niños y su infinita habilidad para encontrar alegría hasta en las cosas mas simples e insignificantes. Y en ese momento olvido mis pesadillas y recuerdo que tuve un sueño en el que el mundo era gobernado por niños, y eran niños los que tomaban las decisiones y los adultos obedecían sin chistar... ¡y todo era tan parecido al paraíso!